SOY LEYENDA
Richard Matheson
Minotauro / Pegasus, 2007
¿En qué se convierte el último representante de una especie, alguien condenado a vagar solo y en eterna lucha contra un entorno que lo odia y lo teme por su singularidad, alguien cuya mera presencia, impar y diferente, causa pavor y repulsión entre sus convecinos? No cabe otra opción: se convierte en leyenda.
Con extremado acierto —no exento de cierto oportunismo—, la editorial Minotauro se ha lanzado a rescatar los más importantes títulos de su fondo de catálogo y reeditarlos bajo una colección que lleva por nombre Clásicos Minotauro. A la sombra de esta plausible iniciativa podemos encontrar volúmenes imprescindibles de entre los que cabe destacar el indiscutible clásico Soy leyenda (1954) de Richard Matheson (Nueva Jersey, 1926).
Robert Neville es el último superviviente de una guerra de aparente naturaleza bacteriológica. El resto de la humanidad se ha convertido en una especie de vampiros que lo acosan de forma inmisericorde. En este postapocalíptico escenario, durante el día, Neville recaba víveres, refuerza las defensas de su casa, se pertrecha y sale en busca de nidos de vampiros con el fin de exterminarlos. Por las noches, se refugia en su baluarte y resiste a base de alcohol y música clásica, jornada tras jornada, el embate de sus enemigos, a la espera de que nazca el nuevo día. El relato narra la progresiva degradación del protagonista, solo y aislado en un mundo hostil, y su desesperación ante el resurgimiento de una nueva sociedad a la que no pertenece y en la que él es el elemento extraño, único, anormal. El elemento discordante a eliminar.
Tomando como base un original planteamiento de innegable atractivo, unas líneas argumentales de las que son evidentes morosas tramas de posteriores films como 28 días después o incluso Resident Evil, Richard Matheson se adentra más allá de la mera anécdota para mostrarnos, con singular maestría y solvencia, el lento y gradual declive de los valores morales de alguien sometido a una situación límite de la que no existe salida posible. Al margen de las escenas propias de una novela de aventuras, resueltas con impecable factura, Matheson profundiza de manera admirable en el trasfondo psicológico de una obra que transmite, entre líneas y de manera más elíptica que explicita, una serie de inquietudes y reflexiones que trascienden más allá de la propia acción narrada. Cuestiones como la pesada carga de la soledad y el aislamiento, la decisiva importancia de elementos normalmente despreciados en otros contextos y situaciones, la relatividad de conceptos como normalidad y anormalidad, el miedo a lo diferente y el sentido de la sociedad frente a la unicidad del individuo recorren la obra de principio a fin dejando en el trayecto un poso pesimista y oscuro, cargado de desasosiego y frente al cual no resulta posible permanecer indiferente.
La prosa empleada por Matheson es sencilla, natural, exenta de retruécanos literarios, completamente sometida al servicio de la historia que se narra y quizá ahí, en ese aspecto, resida su mejor baza. A través de una continua sucesión de flashbacks y vueltas al tiempo actual, el autor logra ponernos en situación sin mayores artificios que la lírica implícita en el empleo de un lenguaje descarnado y directo, sin concesiones, pero extraordinariamente efectivo. Porque es en la estructura narrativa y el ritmo impreso al relato donde encontramos las mejores virtudes del mismo aun teniendo en cuenta ciertas concesiones argumentales no del todo plausibles. La forma en que Neville descubre el origen de la enfermedad que asola el planeta y sus intentos por buscar una solución, a pesar de estar correctamente planteados, pecan de una excesiva ingenuidad. Tal vez sea éste, junto a la excesiva brevedad del texto, el punto más débil de la novela: el suponer que una sola persona, sin medios ni preparación previa, sea capaz de alcanzar una serie de conclusiones que permanecieron ajenas a toda la comunidad científica. En cualquier caso, se puede obviar perfectamente la mera anécdota puntual y deleitarnos con el trasfondo de lo narrado. Una historia sobrecogedora con un final que, a pesar de ser lógica consecuencia de lo expuesto a lo largo de todo el relato, no deja de sorprendernos con un último giro de tuerca, brutal en su simplicidad pero certeramente trazado. Un magnífico colofón, obvio y natural resultado de todo lo expuesto desde las primeras páginas de la novela.
Un último consejo. Presten especial atención a los pasajes en los que interviene el perro. Por lo desolador y triste de su contenido es la parte más conmovedora de la historia, un punto de inflexión en el que se nos revela, de forma magistral y sin ambigüedades, la auténtica tragedia de Neville. Una sucesión de escenas desgarradoras en las que se refleja con increíble precisión la amargura de la incomunicación, la desesperación de sentirse solo en un entorno en el que la compañía no es un placer sino una necesidad. Un capítulo en el que Matheson se revela como el maestro que es. Imposible transmitir más con menor economía de medios.
Parque Coimbra, diciembre de 2007