CONTRATO CON DIOS
Juan Gómez Jurado
El Andén, 2007
Por norma, las palabras «Dios», «código», «templario», «conspiración» o «secreto» inscritas en el título de una novela suelen provocarme un cierto repelús. No se trata ni mucho menos de seguir esa absurda tendencia a denostar como un talibán la literatura bestsellera —aunque no lo parezca, hay mucha y muy buena literatura de entretenimiento—, sino que, con mucha frecuencia, dichos títulos suelen esconder tras de sí un deplorable artefacto narrativo de carácter místico-esotérico que alberga un profundo y vacuo poso de mediocridad. Sin embargo, de cuando en cuando, uno tiene la fortuna de encontrarse con algunas notables excepciones. Ese parece ser el caso de Contrato con Dios (El Andén, 2007), obra del escritor Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977) que, sin ser una estricta continuación, emplea en esta obra una fórmula similar a la iniciada en su opera prima, Espía de Dios, con la que incluso comparte algunos personajes.
Un excéntrico multimillonario financia una expedición al desierto de Jordania en busca de uno de los objetos más anhelados de la historia de la humanidad, el Arca de la Alianza, cuya ubicación precisa ha sido localizada gracias al descubrimiento de las dos partes de un mapa que conduce hasta el lugar donde se oculta. Pero la expedición, en la que nadie es lo que aparenta ser, congrega excesivos intereses. En ella tienen puestos sus ojos organizaciones como el Vaticano, la CIA, el Mossad o el fundamentalismo islámico lo que provocará que cada una de ellas pugne, a su modo y con todos los medios a su alcance, incluyendo los más expeditivos, por obtener sus propios réditos del resultado de esa búsqueda.
De la misma manera que existe un cine de palomitas, desde hace un tiempo venimos encontrando variados ejemplos de eso que deviene en llamarse literatura de palomitas sin que esa acepción conlleve por sí misma una intención peyorativa sino descriptiva. Se trata narrativa ágil para disfrutar en caliente, en el mismo momento de ser leída y que no deja tras de sí otro legado —ni moral ni ético ni filosófico— que el propio hecho de haber gozado —en mayor o menor medida, eso ya depende de cada uno— con la lectura de una historia intrigante y dinámica contada con acierto e interés. Contrato con Dios es un perfecto ejemplo de esta definición. Por fortuna para el lector, Gómez-Jurado prescinde en esta obra de la vertiente esotérica y de la trascendencia filosófica que pudiese contener el objeto a encontrar y centra el tratamiento de su línea argumental en el aspecto aventurero de la expedición y en la psicología de sus personajes, creando con todo ello un thriller de interesante factura donde lo más relevante resultan ser los momentos de acción. En muchos de sus pasajes, la novela evoca con precisión la esencia de películas como En busca del arca perdida —a la que el autor hace con esta novela un sincero, consciente y reconocido homenaje— donde el objeto a buscar se limita a ejercer las funciones de mero McGuffin que nos permite ahondar en los avatares sucedidos al profesor Jones, autentico protagonista y eje central de la historia. Algo muy similar a lo que ocurre en Contrato con Dios si nos permitimos la licencia de sustituir a Indiana Jones por el padre Fowler, Andrea Otero o la doctora Doc Harel.
La principal virtud de esta novela quizá radique, más que en su trama argumental —de la que no niego su acierto aunque sí podría discutir su originalidad—, en la honestidad de su autor. En todo momento, Gómez-Jurado es consciente de cuales son las reglas del juego y no pretende engañar a nadie impostando el que su obra aparente ser lo que no es. Bien es cierto que el autor se ciñe, en exceso quizá pero con la soltura de un autentico profesional, a los típicos y manidos recursos narrativos que ofrecen los cánones de la literatura de entretenimiento —frases breves, capítulos cortos, acciones alternas, tensiones provocadas de forma morosa—. Pero esa circunstancia, por sí misma, no es buena ni mala. Por que donde otros, recurriendo a ese mismo cóctel, obtienen resultados mediocres e insustanciales, carentes de ritmo e interés, Gómez-Jurado ha sido capaz de pergeñar una historia sólida, interesante y entretenida en la que los citados recursos son usados con destreza y puestos de forma adecuada al servicio de la historia que pretende contar. Tan sólo resulta reprochable, quizá, esa redundante costumbre del autor —empleada también en su anterior novela— de tratar el texto como una especie de patchwork en el que incluir de forma literal aparentes elementos de diversas fuentes —desde pretendidos artículos de prensa hasta supuestos informes confidenciales—. Como recurso no deja de ser original pero, en ocasiones, a uno le queda la impresión de no estar leyendo una novela sino un álbum de recortes. Y, en mi opinión, esa circunstancia —y, sobre todo, su continua reiteración— desvirtúa, no en exceso pero sí en cierta medida, la secuencia narrativa del texto. En cualquier caso, Contrato con Dios es una novela altamente recomendable para aquellos que deseen pasar un buen rato sumergiéndose en una lectura amena e intrigante. Eso sí, no olviden su bol de palomitas.
Parque Coimbra, enero de 2008