EL MISTERIO DE LA CASA ARANDA

Jerónimo Tristante

Maeva, 2007


Una serie de misteriosos asesinatos relacionados con un pasaje de La Divina Comedia de Dante; un avezado policía de honestos principios y brillante inteligencia; un excéntrico aristócrata bon vivant que lo adiestra en los racionalistas métodos de la investigación científica; traiciones inesperadas; giros de tuerca... Cuando uno afronta la lectura de El misterio de la casa Aranda de Jerónimo Tristante (Murcia, 1969) no puede evitar sentirse asaltado por una cierta sensación de dejá vú. Desde las primeras líneas, lo narrado en el texto resulta cercano en fondo y forma, una especie de paseo por un territorio ya explorado donde uno intuye lo que va a encontrar más allá. La duda es si las expectativas puestas en su lectura se verán recompensadas o defraudadas. Afortunadamente, en el caso de El misterio de la casa Aranda, se puede afirmar que su autor sale del lance de forma elegante y elogiable.

En el Madrid de 1880, Víctor Ros, antiguo delincuente juvenil convertido en subinspector de policía por azares del destino, investiga un intento de asesinato ocurrido en la Casa Aranda, una mansión señorial ubicada en el Madrid de los Austrias. Lo extraordinario del suceso es que, a lo largo de su historia, es la tercera vez que se produce en la misma vivienda un acontecimiento de idénticas y enigmáticas características. De forma paralela, Victor Ros investiga el caso de varias prostitutas asesinadas en un breve lapso de tiempo. La resolución de ambos casos conducirá al protagonista a través de una serie de eventos que lo obligarán a enfrentarse a sus propios demonios como policía y como persona.

Según avanzamos en la lectura de El misterio de la casa Aranda es inevitable paladear la remembranza de ese sabor añejo a folletín que proporcionan las lecturas clásicas del género policíaco y que terminan remitiéndonos de forma ineludible a Simenon, a Christie y, sobre todo y ante todo, a Conan Doyle, al que el autor homenajea de forma evidente y cuya influencia se hace particularmente notable en la metodología deductiva empleada por el protagonista para la resolución de los enigmas planteados. En todo caso, dicho homenaje parte de influencias bien asimiladas y exquisitamente aplicadas por el autor al que, además, hay que reconocerle el mérito de haber unido a su interesante artificio argumental una pulcra y excelsa recreación del Madrid decimonónico que, a la postre, termina resultando uno de los aspectos más logrados de la novela y en el que se incluye una extensa variedad —en ocasiones, la verdad, demasiado extensa— de imágenes costumbristas que evocan con pericia el Madrid galdosiano de finales del siglo XIX. Si a todo esto le sumamos una trama correctamente diseñada que combina y dosifica en su justa medida el misterio y el aporte histórico y le añadimos el empleo de un ritmo narrativo ágil y en proyección creciente —al contrario de todas esas novelas de moderna factura, tan actuales y espectaculares a base de golpes de efecto pero que se desinflan en la página sesenta. Y no me hagan dar nombres, por favor—, podemos afirmar que nos encontramos ante una muy digna representante del género policíaco en su vertiente más clásica y canónica capaz de proporcionarnos excelentes momentos de asueto lector.

Por último, una cuestión destacable: la existencia en la novela de una serie subtramas paralelas de largo recorrido que nos permiten intuir un pasado y un futuro en la vida de Víctor Ros que, afortunadamente, no parecen tener la intención de quedar inéditos. De hecho, según palabras del autor, esta novela es el inicio de una saga de la que, en breve, disfrutaremos de más entregas. Ante dicha tesitura tan sólo me queda decir: ¡bien por Víctor Ros si ha llegado para quedarse! Bienvenido sea.

Parque Coimbra, noviembre de 2007