LA SOMBRA DEL RECUERDO
Hoy, tras casi diecisiete años sin saber nada de ella, he vuelto a verla. Y pese a que, desde hace ya tiempo, mi corazón está perfectamente amueblado y ocupado por la persona perfecta, no he podido evitar el sentir un leve pinchazo en el alma. Allí estaba ella, en plena calle, charlando con alguien cuando, al pasar casualmente a su lado, he reconocido su rostro a pesar del tiempo transcurrido. Por un momento he retenido el paso y me he quedado mirándola, incrédulo.
No había cambiado mucho, al menos, no demasiado. Algo más madura, algo más desmejorada. Supongo que lo mismo que yo, lo mismo que todos. Diecisiete años es media vida, al menos en mi caso. Por un momento he estado tentado de saludarla, de trabar conversación con ella, de saber que había sido de su vida en todos estos años pero, tras meditarlo, he llegado a la conclusión de que realmente no merecía la pena. ¿Para qué? ¿Para borrar la magia de un recuerdo evidenciando el inexorable paso del tiempo? ¿Para acabar comprobando que el tiempo nos hace cambiar, casi siempre a peor, y que el recuerdo conservado y atesorado en un rincón de la memoria es muchas veces mas reconfortante que la triste realidad palpable?.
Los recuerdos suelen ser agradables porque son simplemente eso, recuerdos. Ensoñaciones, visiones más o menos distorsionadas de lo que en un tiempo fue. Y suele darse la curiosa circunstancia de que casi nunca fue exactamente así, como lo recordamos, sino que lo solemos rememorar de la forma más agradable y parcial posible. He ahí la trampa del recuerdo. Que es moldeable en la medida que uno desee hacerlo, recordando muchas de las veces los hechos no cómo sucedieron sino artificiando una mezcla de realidades en la que los evocamos tal y cómo nos hubiera gustado que sucedieran.
He seguido mirándola desde la distancia durante unos minutos al tiempo que llegaban desde el fondo de mi memoria retazos de momentos pasados. Un tortuoso tiempo en el que yo me castigaba amándola en silencio, sin atreverme a decirle nada. Por múltiples motivos, por múltiples excusas pero principalmente por miedo. Tenía un miedo atroz a que se rompiera la magia de mi esperanza con una triste y más que probable respuesta negativa. Hoy he bajado la cabeza, mirando al suelo con disimulo y he seguido mi camino. Aquel antiguo miedo era muy similar al que hoy me ha impedido abordarla en plena calle para hablar con ella. Pero el de hoy no ha sido el miedo al rechazo. El de hoy ha sido un miedo feroz a confirmar que ya no soy para ella ni siquiera un recuerdo. Prefiero pensar, prefiero seguir imaginando que no es así. Prefiero que prevalezca la evocación ilusoria a la cruel constatación de que ella ya ni siquiera se acuerda de mí. Prefiero engañarme pensando que, con mayor o menor relevancia, todavía ocupo un lugar en el fondo de su memoria al igual que ella lo ocupa en la mía. Prefiero creer que he hecho lo que debía. No lo sé. Quizá lo descubra dentro de otros diecisiete años. O quizá no lo descubra nunca. Ya no importa. El circulo se cerró hace ya mucho tiempo.
Alcorcón, enero de 2004