MUCHAS GRACIAS. DE NADA


Aún recuerdo, en mi adolescencia, hace veinte años ya, la primera vez que oí hablar de ellos. Me encontraba en casa de un familiar echando un vistazo a su vasta colección de discos cuando uno captó mi atención. En la portada había una foto de unos elegantes tipos vestidos de smoking y su nombre aparecía en grandes letras blancas: Les Luthiers. En principio no le hice el más mínimo caso y durante meses seguí viendo, cada vez que visitaba a dicho pariente, aquel disco sin sentir ningún interés. Por el nombre prejuzgué que se trataba de uno de esos grupos sudamericanos “revolucionarios” —comprendan la época, finales de los setenta— a los que mi familiar era tan aficionado, del estilo de Quilapayún o Los Calchakis y mi desinterés era tan grande que no se me ocurrió siquiera preguntarle a mi familiar que era aquello.

Un día, por mera curiosidad, escuché aquel disco. No recuerdo el motivo que me impulsó a hacerlo pero sí recuerdo perfectamente dos cosas: lo errado que había estado en mi apreciación inicial y que no podía dejar de reír.

Parafraseando al genial conjunto, “...¿Qué se puede decir de Les Luthiers que no se haya dicho ya?... O que sí se haya dicho...”. Recientemente tuve la maravillosa oportunidad de verlos en directo interpretando su espectáculo Todo por que rías. Ya ven. Entre la sordidez mediática y televisiva, con estultas fresitas revoloteando de un lado para otro haciendo el subnormal —perdón, el discapacitado psíquico— siempre es de agradecer un soplo de entretenimiento inteligente. Y aunque parezca incongruente, salí maravillado por el simple hecho de encontrar lo que ya esperaba, lo que ya conocía: una magistral combinación de un virtuosismo más que evidente en el manejo de sus instrumentos musicales con un humor tan universal como ameno e imperecedero.

Este genial quinteto de humoristas, o de músicos, o de músico-humoristas llevan treinta y cinco años haciendo reír a miles de espectadores por todo el mundo, explotando por derecho propio el secreto de su éxito: un humor perspicaz que no necesita ni presentaciones ni explicaciones; un perfecto sentido de la gracia ingeniosa, elegante, irónica sin necesidad de caer en la ramplonería del sarcasmo más deplorable. A pesar de no ser ya ningunos niños y del tiempo que llevan disfrutando —y haciéndonos disfrutar— de su éxito, Les Luthiers han sabido mantenerse jóvenes renovándose con el devenir de los tiempos sin perder un ápice de su maravillosa identidad. Por el tiempo que llevan poniendo en práctica su formula de hacer humor, podría pensarse que en su campo, es imposible innovar y que ya está todo creado. Absolutamente falso. Les Luthiers siempre son capaces de partir de una receta tan antigua como elemental y conseguir dar una nueva vuelta de tuerca, sorprendiendo con sketches cómo Radio Tertulia o Gloría de Mastropiero —por poner sólo un par de ejemplos de los más recientes—, difícilmente superables. Hay algo por tanto perfectamente claro: el poder disfrutar hoy en día de espectáculos como el que nos brinda Les Luthiers no es un placer ni una suerte, cómo apuntaba José Luis Coll en un antiguo artículo, sino un verdadero y autentico privilegio.

Indudablemente Marcos Munsdstock, Daniel Rabinovich, Carlos López Puccio, Jorge Maronna y Carlos Núñez Cortés son únicos haciendo muchas gracias. De nada. Y salir airosos del lance. Ojalá sigan así por muchos años.

Alcorcón, enero de 2004