LA OTRA CARA DE LA MONEDA


Hace un año comentaba en este mismo espacio el caso de la heroica 84ª Brigada Mixta y sus vicisitudes durante la toma de Teruel, narrada con excelente rigor en el libro «Si me quieres escribir» del periodista Pedro del Corral. Siempre me he considerado un férreo defensor de la memoria histórica, de la de todos sin distinciones, de la memoria de aquellos que unas veces colaboraron y otras contribuyeron a dificultar la forja de este país en el que nací, coincidiendo con la opinión de mi estimado amigo Lorenzo Silva en que «toda victima merece memoria, sin que unas tengan que robársela a otras». En alguna ocasión en la que he sido partidario de reivindicar determinados aspectos históricos de «los otros», de los malos, de los que ganaron la guerra civil española, se me ha acusado de tendencioso y partidista argumentando que «los otros» ya tuvieron cuarenta años para reivindicar a sus victimas y héroes. Pero, ¿Qué ocurre con aquellos casos en los que «los otros» han sido condenados al olvido y al ostracismo por espurios intereses? ¿Son menos héroes o menos victimas por ello? ¿Deben convertirse en merecidos acreedores de esa desmemoria histórica, de esa damnatio memoriae que parece norma obligada al hablar de un determinado bando de la contienda que asoló este país hace setenta años? Ese es el caso que ocupa las líneas de este artículo. Y casualmente, estrechamente relacionado con el mismo hecho histórico en el que participó la 84ª Brigada Mixta. Es la cara y la cruz de una misma moneda.

El 7 de enero de 1938, la Comandancia Militar de Teruel capitaneada por el coronel Rey D’Harcourt rinde la ciudad y la entrega a las fuerzas republicanas. Durante las capitulaciones, el coronel indica que en la rendición no se incluye ni el Seminario ni el convento de Santa Clara ya que ambos reductos se encuentran bajo el mando del coronel Barba y que la decisión de entregarlos debe corresponderle a él. Tras contactar con el coronel Barba, éste les hace saber su firme decisión de no rendir las plazas. Se inicia un cruento asedio a los dos lugares, duramente castigados ya por la larga ofensiva de diciembre y enero. Sin apenas víveres ni municiones ni medicinas, los sitiados aguantan estoicamente el embate de las fuerzas republicanas. Se estima que dentro del Seminario se produjeron alrededor de trescientas bajas y más de setecientos heridos. Durante el enfrentamiento, el coronel Barba, enfermo y agotado, se ve incapacitado para continuar al mando de la guarnición y asume su puesto el capitán de artillería Fernando Lloréns. Éste sería el responsable de la llamada «batería fantasma», una sección de artillería que cambiaba continuamente de ubicación para desconcertar al enemigo y dar la impresión de que la dotación artillera era muy superior a la real. Los sitiados luchan sin descanso. Con uñas y dientes. Quizá luchen por una causa injusta y discutible como lo fue el golpe de estado que desembocó en el alzamiento nacional pero, al fin y al cabo, luchan por defender su causa, por defender en lo que creen. Dos días más tarde, una compañía de zapadores republicanos logra excavar sendos túneles debajo de los lugares y los vuelan rellenándolos con trilita. Los sitiados terminan por rendirse. Es el fin.

Esto no dejaría de ser el simple relato de uno de las muchos combates que se libraron durante la guerra civil española de no ser por el posterior agravio. La perdida del Seminario supuso la rendición completa de la única ciudad que reconquistaron las fuerzas republicanas a lo largo de la contienda, situación que para los mandos nacionales siempre supuso un doloroso estigma. En el ánimo del general Franco siempre se albergó la esperanza de que el Seminario se hubiera acabado convirtiendo en otro Alcazar de Toledo para mayor honra de su campaña. La rendición de Teruel fue considerada una grave muestra de debilidad y por este motivo, tras el final de la contienda, sus defensores son procesados por traición. La memoria de Rey D’Harcourt, de Barba y de Lloréns es ultrajada por su propio bando y las circunstancias que rodearon al asedio de Teruel silenciadas durante cuarenta años por el gobierno de Franco.

Hoy Milagro y Fernando, los hijos del capitán Lloréns, rescatan esa memoria a través de un libro basado en los diarios de su padre titulado Héroes o traidores. Teruel: la verdad se abre camino. Un excelente texto que relata esas circunstancias de primera mano. Un libro de lectura imprescindible. No se trata de glorificar ni a vencedores ni a vencidos. No se trata de conceder el mérito o el demérito que algunos actos merezcan. Se trata de la importancia de enseñar, de no olvidar, de dar voz pública de una forma consecuente a todos aquellos que participaron en ese grave y doloroso error que fue la guerra civil española. Y con dar voz no hablo de ensalzar a conspiradores y tecnócratas de salón ni de avivar el ruido de sables de los generales. Hablo de aquellos que, justa o injustamente, se dejaron la piel y la vida en el campo de batalla luchando por aquello en lo que creían. Y esa actitud siempre debe ser digna de respeto.

Parque Coimbra, agosto de 2005